Rafael Romero Barros fue un extenso humanista cuya labor más desconocida se basó en defender el patrimonio a través de la prensa cordobesa de final del siglo XIX
Rafael Romero Barros (Moguer 1932-Córdoba 1895) fue, en realidad, muchos hombres. Lo asombroso es que todos destacaron en una sola persona con una sola vida: la de un extenso humanista. Su existencia giró en torno a la cultura de su ciudad de adopción hasta el día de su muerte, en la que trabajó por la musealización del patrimonio artístico, realizó restauraciones en la Mezquita y otros muchos edificios, investigó sobre arte, arqueología y urbanismo, pintó bodegones y paisajes, además de ejercer de pedagogo de grandes artistas de su tiempo, entre ellos sus propios hijos. La sombra de uno de ellos, Julio Romero de Torres, ha eclipsado injustamente la estela histórica de un hombre que llegó a Córdoba en 1862 como conservador del Museo Provincial, hoy Museo de Bellas Artes, localizado en el mismo solar donde vivió en la Plaza del Potro. Por ello, el Museo ha dedicado este 2012 a celebrar los 150 años de la llegada a Córdoba de este intelectual que revolucionó la vida cultural en la ciudad.
En aquel viejo caserón Romero Barros puso los cimientos de instituciones que hoy perviven radiantes, tales como el Museo de Pinturas, el Museo Arqueológico, la Escuela de Bellas Artes (germen de la actual Mateo Inurria) o el Conservatorio de Música. Rara vez alguien ha hecho tanto por la cultura y el arte en Córdoba como aquel hombre “de cabeza artística, de rostro enjuto con perilla, de mirada viva y penetrante, inquieto, locuaz e ingenioso”, como lo retrataba el periodista Ricardo de Montis.
Paralelamente a la abundante actividad de su día a día, Romero Barros escribió sobre lo que pensaba, lo que descubría y a las conclusiones que llegaba: realizó crítica de arte, interpretación arqueológica, restauración, difusión y defensa del patrimonio… todo ello con el gran altavoz que suponía la prensa local cordobesa de finales del siglo XIX. Tal actividad literaria ha sido olvidada por la historia, por mucho que el artista e intelectual decimonónico pusiera grandes esfuerzos pedagógicos para convertirla en “crónica periodística”, a través del principal periódico que se editaba en la ciudad durante los 33 años que aquí vivió: El Diario de Córdoba, cuyo subtítulo rezaba De comercio, industria administración, literatura y avisos.
Tengo un arsenal de velas blanquiverdes encendidas esperando un milagro en el Nou Camp. Y reconozco que la razón principal es Carlos González y sus videos chanantes. Porque soy más de risa que de fútbol. Esa misión del Presidente de ir nombrado califas contemporáneos a cascoporro a través de sketches rodados en su propia casa –por la productora de Risto Mejide, que ya podría haber sido alguna andaluza– me parecen lo nunca visto por estos lugares: hacer comedia asumiendo riesgos. Lo de enfrentarse a una sociedad con terror al ridículo con esas alegorías de los grandes discursos en las que Carlos González no da una sola puntada sin hilo.
Los cordobeses siempre nos hemos auto-tomado demasiado en serio. Hasta contar chistes o servir un medio lo hacemos con cara de palo, algo considerado una seña de identidad cuando pudiera ser todo lo contrario, una autocensura. La de ser fieles a nosotros mismos por miedo a los demás. Existe una frase reveladora por ficticia en ese último video que dedica el presidente al president: “Hágase califa, que también somos muy rebeldes”. Como si nos hubiésemos autoproclamado Reino de Taifas antes que la “potencia económica mundial”, según González, que preside Mas. Algo tan real como la leyenda en la camiseta regalada al president, “el grande se come al chico”.
Carlos González no es cordobés sino canario, claro. Ha demostrado con el humor la inteligencia que muchos nunca hubiésemos presupuesto a un presidente de fútbol. Su video mola. Y para video vergonzante ya tenemos uno grabado esta misma semana en el Ayuntamiento. En él se ve a un concejal asegurando estar instalando váteres y platos de ducha en pisos de Las Palmeras con el dinero asignado a su grupo municipal. Un señor votado por una marabunta. En él no hay planos cachondos ni caganer con su cara ni sarcasmo por ningún lado. Este va en serio. Y al concejal no hay que hacerlo califa. Ya se siente como tal aunque sea incapaz de nombrar a ninguno, como González. Por ello, hago mía la despedida del video del presidente: “Cava lliure. Adeu”.