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LOS MÚSICOS DE LAS NUBES




























Este es el relato musical de un mito: el del celtismo gallego. También el de una noche de verano en el Festival de la Guitarra llena de gaitas, panderos, mandolinas, violas de rueda, flautas, violines y una larga lista de instrumentos de los que adentran en la profundidad del bosque. La brújula marcaba dirección noroeste y Luar na Lubre, la gran banda del folclore gallego, convirtió la colina más mitológica de Córdoba, la de los Quemados –en donde hoy se derrama La Axerquía sobre el lugar del primer asentamiento de pobladores de la ciudad, los tartessos- en un húmedo prado verde bordeado por acantilados y cubierto por las nubes de las que bajaron los músicos. Conseguir tal hazaña en el desierto cordobés de julio solo puede ser cosas de druidas. 

El octeto vino a presentar uno de sus trabajos más complejos, ‘Mar maior’, una estimulante y didáctica investigación de la lírica galaico-portuguesa y la literatura gaélica medieval que se desarrolló en tierras de Galicia y Portugal entre los siglos XI y XIV. Las conexiones célticas entre el noroeste de la península e Irlanda remiten a la fuente del ‘Leabhar Gabhála Eireann’ o ‘Libro de las Invasiones de Irlanda’, escrito por los monjes irlandeses del siglo XI. Todo ello se sintetiza en una canción, ‘Gran sol’ que abrió la velada como una suite celta de diez minutos en la que emergió cantando en gaélico la nueva voz del grupo, Paula Rey. Ella se había convertido en la gran expectación del concierto y no defraudó por su registro, muy hermoso, perfectamente acoplado al grupo, por su dominio del folk gallego a pesar de no haberlo visitado hasta ahora y por su contagiosa energía sobre el escenario.

Fueron dos horas y media de música que olía a historia y mitología, en las que también sonaron algunas recuperadas cantigas de Santa María de Alfonso X, intercaladas con las narraciones de Bieito Romero, alma de un grupo que cuenta con  25 años de música en la mochila. No faltaron temas festivos y tabernarios que levantaron al público en palmas y bailes, haciendo sentir mucha ‘morriña’ a la representación de los gallego-cordobeses en el teatro al aire libre. Tampoco su canción más conocida, la misma que adaptó Mike Oldfield en los 90, ‘O Son do Ar’, que sonó como una cascada que corría por la colina de La Axerquía hacia el río. Resumiendo, una noche en otra dimensión climática, temporal y sonora, a ratos repetitiva y a ratos mágica, llena de la grandeza que posee actualizar con fundamento cualquier tradición.

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