En eso se iba a convertir el centro antes conocido como C4 algún día. Y mientras llega, si es que llega, el edifico de nieve se derrite en Miraflores huérfano del hermano que nunca tuvo, el cacareado centro de congresos. El debate sigue estando en los jaramagos. De ellos se encargará ahora la Junta tras la última partida de ping-pong con el Ayuntamiento, que debe licitar la obra de su desaparición primero, adecuar el entono después, definir su uso, elegir a un director y dotarlo de contenido. 20 años no es nada. Y 23 millones, tampoco.

Recuerdo a sus arquitectos, Nieto y Sobejano, contar en su día que el espacio permitiría invitar al artista a intervenirlo. Que pretendía ejercer una gran influencia sobre el creador. Pero, ¿dónde están los artistas? El sentido de las palabras de entonces del arquitecto era artístico, pero el edificio sigue llamando a gritos a lo mismo. ¿Qué pasa con aquellos que pararon la torre de Prasa o cambiaron a Juan de Mesa de lugar organizándose inquebrantablemente en red? Entiendo y respeto la desesperanza pero no que ésta lleve a la no-lucha. Y más con tamaña oportunidad para diseñar una celda de nuestra identidad venidera. Una circunstancia tan significativa que, naturalmente, cuenta con amenazas. Como la del colegio de arquitectos abriendo el debate de que aquello podría convertirse en centro de congresos o la peor de todas, por si aún alguien no se ha dado cuenta: que en las enormes salas hexagonales del exC4 entrarían sin problema simpecaos y palios con sus respectivas bandas. No digo más.