blog - artículos, entrevistas, reportajes y crónica de marta jiménez

LA COLMENA (I)







































El edificio antes conocido como C4 –nacido como una panal blanco a esta orilla del Guadalquivir- representa, como en la novela de Cela, la colmena de una ciudad que vive “una mañana eternamente repetida”. Hasta llegar a su tecnológica fachada-pantalla se partió de una secuencia geométrica muy sencilla “con la que se consiguen múltiples variaciones”, en palabras de uno de sus arquitectos, Enrique Sobejano. Lástima que esta teoría arquitectónica aun no se haya aplicado al contenido y al uso que tendrá el edificio.

La lucha porque la colección Citoler se quede a vivir en Córdoba ha sido muy estimulante durante los últimos años, pero mucho me temo que ahora carece de sentido al haberse configurado, para bien o para mal, una nueva época. Si concebimos como un disparate los 20 millones de euros invertidos en este edificio de futuro ¿cultural? incierto, no se debería cometer otro invirtiendo un pico que no tenemos en una colección de arte. Nos corresponde sustituir las lluvias de dinero de ayer por conductas más innovadoras y sostenibles. Y no es de recibo que en esta realidad sin fondos para mantener la sala de Puerta Nueva, en donde precisamente se exponían los premios de fotografía que llevan el nombre de Pilar Citoler, se invierta el dinero que no existe en las obras de arte de la coleccionista. Además, está demasiado cerca, salvando las distancias, un caso de características similares: el del ambicioso Museo Carmen Thyssen de Málaga. Una colección, con su correspondiente museo en el centro de la capital, que ha defraudado por su recorte de calidad expositiva, por una tibia acogida y una opaca gestión que ahora suma la desconfianza en una baronesa sin cashque pretende recuperar el uso de sus cuadros antes de lo que prometió.

HISTORIAS DE LA RADIO







































En la película ‘Días de radio’ una familia se sentaba alrededor de un transistor permanente encendido y conocía la realidad a través de él: escuchando noticieros, música, seriales lacrimógenos, concursos o crónicas deportivas y de la alta sociedad. Woody Allen narró como nadie la época dorada de la radio en la América de su niñez, la de los años 40. Y mientras en ese Nueva York real de la infancia del cineasta se radiaban combates de boxeo desde el Radio City Music Hall, en la Córdoba de EAJ-24 (hoy Radio Córdoba) se contaba desde Linares la muerte de Manolete. En ambos puntos del planeta, la magia y la cercanía de las ondas hertzianas estaba en lo local. Ahora, al menos en España, no.

La radio local agoniza en nuestro país. Primero por falta de medios y ahora a golpe de ERE. En Francia se protege legalmente la fragilidad de las emisoras pequeñas frente a los grandes grupos de comunicación impidiendo que por problemas económicos desaparezcan o tengan que integrarse en cadenas nacionales. En EEUU, con modelos de prensa a años luz de los europeos, el de la radio va desde la periferia al centro: la agrupación en cadenas se realiza a partir de las emisoras locales, pensándose más en el modelo a desarrollar que en qué institución (política) concede las licencias.


Frente a lo planetario, lo local evoca, como dice Balandier, aquello que se puede ver, tocar y ser comprendido. En lo local se construye la personalidad social y, por eso, en las autopistas de la comunicación de este siglo se escribe cada vez más con tintes locales. Pero la radio prefiere llevar las luces cortas e ir por carreteras secundarias para aligerar el peso de sus voces. Así que no será el video ni el cine ni la tele quien mate la estrella de la radio, es Saturno quien está devorando a sus propios hijos acabando con el modelo de radio local. Mis por siempre compañeros de la SER callarán sus micrófonos mañana  para gritar llenos de rabia y de tristeza. Vayan estas líneas por ellos y por ese lugar mágico llamado Radio Córdoba.


EL INSURRECTO

Verano del 89 en La Axerquía ¿O era primavera? Los tíos se colaban saltando la valla de piedra con una litrona en la otra mano, mientras que nosotras, también con litrona, pagábamos religiosamente las 300 pesetas de la entrada –¿o eran 500?– por miedo al ridículo. Sobre el escenario de una noche memorable, sin decorados pintados ni jaulas ni cacharrería hidráulica, Manolo García y Quimi Portet lo dieron todo en un primer concierto en Córdoba que aún perdura en su memoria y en la nuestra. Aquel público caliente de los ochenta hizo que García se derramase encima litros de cerveza, que sacase un saco con 20 kilos de plumas con las que formó una nube surrealista en un teatro en el que acabó tirándose en plancha sobre los primeros de la fila. La felicidad de los recuerdos es proporcional a las bondades de las mentiras de la nostalgia.

Verano de 2012. Manolo sin Quimi, exRápido, exBurro y exUltimo de la Fila, reaparece en el mismo teatro al aire libre entre cuyas gradas ya no crece la hierba. Y es que los días ya no pasan intactos por mucho que se empeñe. Todo es más civilizado: sillas de plástico que nadie entiende en la clase preferente, excesivo personal de seguridad, hombres con mochilas cargadas de cerveza a 3 euros el vaso y un entusiasmo más soft , aunque entusiasmo, que aquel pseudopunki ochentero. La primera es un rebuzno de amor: Disneylandia. Touché. Todo se vuelve salvaje otra vez aunque nadie la cante. La memoria se llena de plumas de pollo por mucho que la versión haya perdido su base electrónica ¿Realidad o ficción? Solo Aviones plateados, A veces se enciende Insurrección nos devuelven, durante las casi tres horas de concierto, a la ficción de ese pasado que hoy es carne de tributos.
En el teatrito de Manolo esta vez hay de todo: público hasta la bandera y 7 cámaras que ruedan una película del concierto porque “este de Córdoba va a molar”, según los augurios del músico. Pero al final no moló tanto por culpa de un sonido pastoso y malo, y otro sonido Manolo que se convierte en demasiado repetitivo por mucha generosidad y buen rollo marca de la casa que le ponga. El cantante trepa entre el graderío, llama a las filas de la insurrección y llena de alegría y energía el suelo que pisa, aunque algún arreglo electrónico a lo Tecnotronic y la bailarina de las sombras chinescas den algo de vergüenza ajena.
La mayoría, canciones de sus discos en solitario (Sombra de tu palmera, Para que no se duerman mis sentidos, Somos levedad, Sobre el oscuro abismo en que te meces Pájaros de barro con 5.000 palmeros acompañando). Sonrisas, risas y muchos flashbacks. Es lo que tiene la magia de este cantante que ama a la Córdoba de las mezquitas junto a las incoherencias de una espectadora nostálgica que solo quería escuchar canciones de El Ultimo.

DISPARATES 1





























Medina Azahara está rodeada de incultura. También de política destructiva, porque lo uno es lo otro: la grosería de las parcelaciones, del expolio, del desconocimiento y del desapego. Si la Mezquita tiene al enemigo dentro, la iglesia, Medina lo tiene fuera y muy cerca, en la espalda de casi toda la ciudad de la que fue espejo, a pesar de que el mundo exterior -árabe, cristiano y judío- la valore y premie por su pasado y por su presente.

Ay, los cordobeses, pensarán ustedes fustigándose, que no conocemos los propios paraísos perdidos, los que fueron la semilla del renacimiento en occidente siglos antes de que renaciéramos en la  Italia del XV. Pues sí y no. Verán, hay personas que viven en Córdoba, jóvenes y mayores, parados o en precario o concienciados o simplemente sin permiso de conducir que no disponen de vehículo para llegar al conjunto arqueológico. Así que, o se pegan la paliza de ir andando y descubrirlo tras sangre, sudor y lágrimas o lo hacen, 7 eurazos mediante, en el bus turístico diseñado para tal fin y único transporte público, junto al taxi, que llega al edifico soterrado de Nieto y Sobejano. Así son las cosas.

Pero van más allá. Existe una línea periférica de Aucorsa, la que llega a Majaneque y Villarrubia –a 1’15 € el billete-, que hace parada en lugares como la parcelación Córdoba la Vieja, el Parque Tecnológico, o sea  Decathlon y Leroy Merlin, y en la puerta de las (ahora desiertas) Naves de Colecor. Eso sí, al Centro de Recepción de Medina Azahara no te lleva. Puedes apearte justo en el cruce y apañártelas a pie durante 500 metros sin arcén, lo que convierte llegar al museo en algo así como coronar un ochomil del...