Decíamos ayer, a propósito del edificio antes conocido como C4, que los ambiciosos proyectos del pasado ahora requieren de más imaginación, innovación y de una vuelta a la base. Y es que no hay mal que por bien no venga. Con esta filosofía genérica, aunque también con un chaparrón de euros, se comenzó a construir el edificio de Nieto y Sobejano a la orilla del Guadalquivir con la feliz idea de que entre sus paredes ocurriese una revolución artística: convertirlo en un laboratorio colaborativo reflejo de la complejidad estética actual. Algo en la línea con lo que reivindicaba el artista alemán Joseph Beuys con su teoría de la soziale plastik, en la que “todo hombre es un artista”.
LOS MÚSICOS DE LAS NUBES
Este es el relato musical de un mito: el del celtismo gallego. También el de una noche de verano en el Festival de la Guitarra llena de gaitas, panderos, mandolinas, violas de rueda, flautas, violines y una larga lista de instrumentos de los que adentran en la profundidad del bosque. La brújula marcaba dirección noroeste y Luar na Lubre, la gran banda del folclore gallego, convirtió la colina más mitológica de Córdoba, la de los Quemados –en donde hoy se derrama La Axerquía sobre el lugar del primer asentamiento de pobladores de la ciudad, los tartessos- en un húmedo prado verde bordeado por acantilados y cubierto por las nubes de las que bajaron los músicos. Conseguir tal hazaña en el desierto cordobés de julio solo puede ser cosas de druidas.
DISPAROS CRUZADOS
“Cantar es disparar contra el olvido”, según el ripio de Sabina. Ni quinientas palabras más. El de Úbeda lo soltó de...
EXITUS
El nombre de la primera novela de Antonio Luque –escritor, bloguero y cantante que responde al nombre de Sr. Chinarro– detalla con gran precisión las muchas salidas vitales que trazó en su concierto, en el patio de columnas de Viana, el pasado sábado noche. Fue el último de un ciclo alentador, diseñado por Fernando Vacas, que esperamos se reproduzca pronto por sus precios populares, sillas a lo cine de verano, faroles y buganvilla como decorado de mucha finura, irónica y melancólica, en este cierre.
Chinarro, alto, grave, barbudo, canoso y solo parecía haber bajado de Las Ermitas cargado con su guitarra con el único objetivo de disparar canciones llenas de intención. De ¡Menos samba! , su disco 12, sonaron muchas. Letanías pop que van del derecho al roce a la ley de Murphy como ideología y que, en general, han saltado del modo triste de ver la vida al modo de alguien que ha encontrado su lugar en el mundo. Chinarro se explica a sí mismo de esta forma con, por ejemplo, La plaga , unas sevillanas-protesta en las que no se avergüenza de tirar del folclore andaluz para demostrar que con él se puede ir más allá de lo rancio. Hubo otras, principalmente de Presidente y Ronroneando, aunque también avistamientos de El mundo según y El fuego amigo ; sobrevino el violonchelo del cordobés Antonio Fernández en las finales aportando aún más gravedad a las melodías, y vimos partituras volar por un patio lleno de chinarristas.
El público fue como “una presencia en un concierto raro”, en palabras del compositor andaluz más raro. Aún más lo fue cantar delante de la paloma de Cajasur –¿es necesaria la visible iconografía del pasado cuando han llegado los buenos tiempos para la lírica a la Fundación?–, aunque de lo más natural hacerlo sin ninguna clase de aparataje para que pudiésemos bucear de lleno por las letras rescatadoras de este poeta del pop. Chinarro, “un número uno” según su amigo J de Los Planetas, estuvo sembrado haciendo la más exacta definición de Córdoba que recuerdo: “La ciudad mola. Parece un decorado. Supongo que eso es bueno”. Ay. Menos mal que aún quedan exitus .