Vive en la orilla de un mar moreno: nuestra sierra. En una finca con una cueva en la que parece haber intervenido César Manrique. Un punto energético en las estribaciones de Sierra Morena como el que poseía el lugar exacto donde se construían los ábsides de las catedrales góticas. Allí habita esta matriarca que ha logrado atraer a su puerto -en donde cualquiera puede resguardarse de las tempestades del mundo- a las cuatro patas que conforman su mesa, sus hijos. El proyecto se llama Cuevas del Pino. Es cultural y agroturístico. Una fuente que mana y que esta guardiana de la cueva desea cuidar. Charlamos con la pintora y empresaria Pilar del Pino bajo una parra, con la vega delante, el sol arriba, el Castillo de Almodóvar flotando en poniente y Medina Azahara hacia Levante. Con la banda sonora de los pájaros y las cigarras, en un lugar idílico, inauguramos esta serie dedicada a las femmes locales.
Texto: Marta Jiménez / Foto: Isabel Amián
¿Cómo es vivir en el campo al lado de Córdoba?
Una bendición. Una experiencia cotidiana que me sustenta. La que me da certeza del tiempo. Entiendo el tiempo como las estaciones, las cosechas, la luz del día, el frío, el calor, los cultivos, los árboles. Esa es la realidad.
Viviendo en un lugar como este, ¿es fácil ser existencialista?
¿Cómo Simone de Beauvoir? Ella para mí está antes que Sartre, pero yo no soy nada intelectual. Soy muy primaria. Yo lucho porque no me arrastre la responsabilidad y que las cosas que no me gustan se coman el resto. Quiero vivir en mí y que esto no me posea si no poseerlo yo.
¿Cuándo te interesaste por la pintura?
En la infancia. Quedaba fascinada con imágenes, con todo lo que me rodeaba. De pequeña lo veía todo en blanco y negro pero recuerdo los labios rojos de mi madre, la luz que entraba cuando nos bañaba en el baño unido al olor del brasero con la alhucema…Y luego estaba la pintura en sí. Recuerdo que la primera vez que fui al Prado me quedé imantada con el Descendimiento de Van Der Weyden.
¿Tu arte se comunica con la naturaleza?
Yo creo que sí. La naturaleza es el referente más real de la vida.
Decía Truman Capote que la vida social es enemiga del arte ¿En tu caso es la vida empresarial la enemiga?
Eso lo llevo fatal. Es como estar en dos vidas. La empresa me produce una tensión muy diferente de la pintura. El arte tiene su vértigo pero es de otra clase. Es difícil conciliar ambas vidas.
¿Vivir en una caverna es tan platónico?
No lo sé porque no lo he vivido así. En la cueva hay una energía en forma de agua, por la confluencia de los miles de arroyos subterráneos que vienen de la sierra.
Y como en ‘La Caverna’, ¿has logrado captar la existencia de los dos mundos: el sensible y el inteligible?
Puede ser una causa por la que yo estoy aquí.
¿Has encontrado en este lugar tu habitación propia?
Yo he encontrado aquí mi lugar en el mundo. Ese libro que citas de Virginia Woolf es una referencia continua para mí. La habitación propia aun la estoy buscando. Es algo que estoy consiguiendo muy poco a poco, día a día porque hay un imaginario histórico que pesa mucho.
En Córdoba, ¿hay arte latente o todo está a la vista?
En Córdoba está todo escondido y está todo por hacer. Hemos estado en una sucesión de dictaduras de todos los colores en las que el patriarcado permanece. Pero hay cantidad de mujeres que empiezan asomar la cabeza, qué bien. Es algo que le alegra mucho a mi madre, que tiene 90 años. No podemos evolucionar si no colaboramos y aquí hubo un brote con el proyecto de Capitalidad que demostró cómo podemos estar unidos, algo de lo que no pueden presumir todas las ciudades. Y el cambio que se está produciendo nos favorece. Con la crisis emerge la verdad de todo.
¿Te atreverías a elegir un color?
Eso depende del día. Hoy elijo el rojo. Quizás estoy viendo todo tan seco, con tanto sol… aunque hay verde y matices de grises y amarillos de la vegetación que sobrevive. Pero estoy viendo sobresalir dos geranios rojos que simbolizan lo que nace, lo que se expande, el volcán de creación, justo lo que está latiendo en Córdoba.