Las últimas ediciones la Bienal de Fotografía han logrado borrar pólenes y astenias primaverales. Sobredosis folks de macetas y caracoles. Y no solo por la invitación a ver imágenes puertas adentro, sino por ganar galones de calidad en su sección oficial. La maleta mexicana llegó al International Center of Photography (ICP) de Nueva York en 2007. Contenía negativos que se creían perdidos de fotografías realizadas por Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour durante la Guerra Civil española, muchas de ellas tomadas en nuestro territorio. Imágenes que sentaron las bases de la fotografía de guerra moderna. Por milagros cósmicos, parte de su contenido aterriza hoy en Córdoba hasta el 21 de mayo. Y resulta más ilusionante que la maleta conquiste Vimcorsa que Manhattan.
Intuyo que lo fundamental de una exposición, un festival o de cualquier acontecimiento cultural siempre son las obras que se muestran y sus artistas, el clima cultural que lo rodea y la unidad estética que le otorga identidad. Desgraciadamente, todo eso le falta a la Bienal. No entiendo que su sección oficial, titulada ‘Imágenes en conflicto’, se sitúe en una dimensión y que la paralela y muchas de las actividades que la acompañarán en otra muy distinta. Tampoco concibo que su imagen gráfica se asemeje más al logo de un concurso de instituto que al de una bienal internacional. Y puede que todo eso tenga que ver con el hecho de que no exista un solo director artístico/comisario responsable del todo ¿Imaginan a una orquesta con un director para los instrumentos graves y otro para los agudos? Faltaría el equilibrio de proporciones. Y eso es justo lo que le ocurre a esta cita, que no posee armonía.
Así que estaría bien relativizar la importancia de personas y asociaciones y apostar en serio por la Bienal. Desmontar sus jerarquías implícitas, tal y como ocurre con otros acontecimientos culturales de la ciudad organizados por la misma institución, el Ayuntamiento. A la Bienal se le da alas y a la vez se le pone pesas en los pies. Y esta delgada columna solo pretende invitar a la autocrítica y a repensar la cita sin miedo, con guiones más abiertos y diversas posibilidades de interacción. Justo lo que se merece.