Córdoba no mira al futuro. Ni siquiera al presente, y eso en las profundidades tiene algo de bueno
“Hace falta que algo cambie para que todo siga igual”. Córdoba ha dinamitado la frase que escribió Lampedusa en ‘El Gatopardo’. Podría verse incluso como una especie de happening, pero ni siquiera se trata de eso, qué pena. Este es un lugar donde cualquier tímido simulacro de transformación ya es garantía de que todo permanezca tal y como estaba por los siglos de los siglos. Lo último ha sido la demolición de la Fundación Córdoba Ciudad Cultural, algo bueno en lo supersticioso, porque todo lo que huela a 2016 lagarto, lagarto, pero funesto en lo que simboliza.
Su cierre es la destrucción del espíritu estratégico que pide a gritos esta ciudad. La declaración a voces de que ya (casi) nadie cree en el paradigma Córdoba. Si uno de los grandes logros del proyecto de la Capitalidad fue, aparte de la unión de la ciudadanía, el hecho de que las administraciones e instituciones remaran juntas buscando una isla llamada cultura, ese barco ayer se estampó contra las rocas. No queda nada. Ni los símbolos de diálogo y convivencia que llenaban nuestras bocas, ni la experiencia acumulada, ni la relectura del pasado para hacerlo contemporáneo. Ni tan siquiera hemos aprendido de las debilidades. No existe nada que impulsar ni potenciar. Nada.
Que la Fundación no tuviera proyectos, estructura, personal, dotación económica y se la haya dejado morir define justamente a las manos que mecen la ciudad. Las reales y las fácticas. Córdoba no mira al futuro. Ni siquiera al presente, y eso en las profundidades tiene algo de bueno. Cuando no hay nada que perder la vida se llena de energía, al igual que cuando todo está por hacer. Y nosotros lo tenemos todo. Así que reiniciemos recordando con gozo que aquel príncipe siciliano de la novela de Lampedusa y la película de Visconti, Don Fabrizio Salina, en realidad, a lo que estaba asistiendo era al fin de su mundo.