Para Córdoba, lo que pase fuera del Góngora, La Axerquía y el Gran Teatro es todo campo
Hace unas semanas me llamó un periodista de un medio nacional. Iban a hacer un reportaje sobre cine andaluz contemporáneo “y de Córdoba no tenemos nada más allá de la Filmoteca”, me soltó. No di crédito y le disparé hablando de Gerardo Olivares, que se encuentra rodando una superproducción en La Patagonia argentina con reparto internacional y a la espera de estrenar otra película con Jean Reno; de allí volé a Los Angeles para nombrarle a F. Javier Gutiérrez, el director cordobés que estrena en abril Rings , precuela de la saga de terror The Ring . Y le indiqué que cerca de las colinas de Hollywood también escribe el cordobés Pablo Gómez Castro, enfrascado en el guión del Balenciaga que dirigirá Julio Medem.
No fue chovinismo sino realidad y no era el pobre redactor sino que somos nosotros. Tendemos a invisibilizar cualquier cosa que desde lo local se convierta en global. Y miedo me da averiguar por qué.
El sábado pasado Vicente Amigo puso en pie al mítico Carnegie Hall de Nueva York. Actuó sobre un escenario en el que han tocado los músicos más grandes, clásicos y populares, desde Billie Holliday a los grandes directores de orquesta, pasando por Paco de Lucía, de quien el público neoyorquino ve a Amigo un sucesor. El New York Times habló del “toque personal” de Vicente, y alabó “la profundidad de su expresión dentro de la máxima precisión”. En Córdoba, esta pica flamenca en Manhattan ha pasado sin la pena y sin la gloria que merece un acontecimiento por el que otras ciudades matarían. Claro que no fue ni en el Góngora ni en La Axerquía ni en el Gran Teatro. Para esta ciudad, lo que pase fuera de esos muros es todo campo.
Antonio Machado, por boca de Juan de Mairena, razonaba con agudeza sobre uno de los vicios españoles: “la ausencia de complacencia en el éxito ajeno” (no dice envidia). Yo le añadiría, en nuestro caso, del éxito de un artista fuera de su “patria chica”. Y por cosas así esta ciudad sigue inspirando una rabia que empaña el amor apasionado. Lo mismo que a Machado le provocaba España.