Carmina entronca con la picaresca española y pone en nuestros días ese concepto alto de la justicia que poseen algunos delincuentes sin cuentas en Suiza
León Tolstoi aconsejaba a los escritores noveles que si querían ser universales hablaran de su pueblo. Una máxima que se le quedó grabada a fuego siglo y medio después a otro León, Paco, sevillano, actor y cineasta. En la escuela del CAT (el instituto del Centro Andaluz de Teatro, hoy lamentablemente desaparecido), le hablaron de la máscara contemporánea basada en la Comedia del Arte, con la que si te fijabas en personajes cotidianos podías crear arquetipos. Y él acabó fijándose en su madre para hablar de todas las madres.
Con su segunda película como director, ‘Carmina y amén’, Paco ha puesto unas cuantas cosas más antes nuestros ojos y nuestra reflexión: que el cine no puede reducirse a un ejercicio de estilo y que existen directores capaces de dinamitar la definición de auteur o autor que propone la biblia francesa Cahiers du cinema. La revista suele poner el foco sobre los cineastas que privilegian la libertad creativa en sus cintas sobre los beneficios económicos o comerciales, pero Paco ha aunado soberanamente ambos privilegios al conseguir estrenar un filme experimental dentro de la industria. Una cinta capaz de condesar lo mejor del cine español, desde Berlanga a Almodóvar, mientras utiliza el rol de estrella de la tele de su director para reinar en la taquilla, montando, por primera vez showspromocionales en los cines, tal y como ocurrió hace dos días en Córdoba.