Calamaro no es una persona cualquiera. Y tiene noches y noches. La de Córdoba empezó con una broma. A las 23 horas, media hora antes de su concierto, el comandante del rock hispano subía a su Twitter una imagen en la que se veían solo sus botas paramilitares posando ante el espejo del camerino de La Axerquía. Firmaba como AAA, las siglas de la Alianza Anticomunista Argentina que asesinó a cientos de guerrilleros y políticos de izquierdas en los 70, mientras se dedicaba a amenazar a artistas e intelectuales.
Intuyo que el humor negro viene por su reciente abdicación de la izquierda, a raíz de que ésta defendiese la prohibición de la tauromaquia en Cataluña. O tal vez, de haberse presentado voluntario para defender a Teddy Bautista y comparar la intervención policial en la Sociedad General de Autores y Editores con el 23-F. Sea lo que sea, tanto ruido de fondo desenfoca su directo. Tanta política no deja que sus canciones detengan el tiempo. Al menos, el de su noche cordobesa en “el festival nasional de guitarras” (sic) en el que no cortó ni orejas ni rabo.
Ninguna justicia le hizo tampoco su concierto de hace tres años en el mismo lugar pero en otro festival, Eutopía. Si entonces la calificación fue de notable, la de anteayer se quedó en un aprobadillo y pasando la mano. Calamaro desafinó por peteneras, sonó a tómbola y la energía que desprendía el escenario fue más de plástico que de verdad. Puede que en el fervor de los fans a pie de escenario la cosa se diluyera, pero tomando distancias el padre de Honestidad brutal no estuvo a la altura, por ejemplo, de las canciones de ese disco. De allí sonaron Cuando te conocí, Paloma y
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