blog - artículos, entrevistas, reportajes y crónica de marta jiménez

MAPAS




Desde París, Córdoba se ve al revés. Con el río arriba y la sierra abajo. Una vista de pájaro cuyo enfoque a lo mejor expresa inferioridad, debilidad y hasta cierta sumisión de la ciudad. Depende de quien la mire. Así fue como la miraron los franceses de hace doscientos años, concretamente las tropas napoleónicas, los primeros en realizar un plano científico de nuestra trama urbana. Un mapa detallado y despojado de todo idealismo conocido como ‘El plano de los franceses’, que estos días se exhibe recién restaurado en el Museo Julio Romero.
Los mapas cuentan algunas verdades desde la mentira. Éste en concreto devuelve la imagen de una Córdoba preindustrial y deprimida. De una ciudad vetusta que llevaba varios siglos durmiendo la siesta. Es fascinante plantarse ante su tela y descubrir como la toponimia de muchos rincones aun permanece, además de percibir a la ciudad encerrada en sus murallas, dividida en Villa y Ajerquía, con huertas y algunos barrios extramuros. Una red laberíntica de callejuelas, manzanas irregulares y cul-de-sac (callejones sin salida), que proviene de su historia: de un entramado fosilizado desde lo árabe y de una estratigrafía que siempre hará de Córdoba una ciudad orgánica.
Los franceses necesitaron esta información para la gestión. Y regalaron una herramienta clave para la ciudad: un puente entre el pasado y la contemporaneidad social y urbanística. La llave de la modernidad. Pero como nada es coherente en esta vida, a pesar de su mirada en picado, el plano de 1811 se levantó desde el subsuelo. Lo hizo un ingeniero de minas a partir de la ‘geometría subterránea’ y por eso existen tantos errores de apreciación. Córdoba quedó retratada entre el cielo y el suelo, que es como continúa. Y desde París, me da que aún nos ven más en el pasado que en la modernidad. Con el norte perdido.