Hubo una época en la que los oyentes “sentían” la radio. De esta forma tan poética se definía el acto de escuchar un aparato que acompañó a muchos vecinos durante tantas horas de su vida. El otro día nombré aquel antiguo modo de “sentir la radio” delante de una catedrática de lingüística y ella dijo, “qué forma tan bonita de decirlo”. Fue una pequeña burbuja entre lo viejo y lo nuevo. Entre lo culto y lo popular. Pensé que tal vez no era casualidad. Que en una época de miseria y plomo, los ciudadanos poseían la riqueza de sentir al otro, de vivir en comunidad de una forma más plena. Quizás nadie era consciente de nada de eso, ni siquiera de la poesía y la profundidad del imaginario que manejaba.
Algarabía (Diario Córdoba)
El Festival de la Guitarra se encierra cada año un poquito más debilitando la luz de su mástil
Durante décadas he vivido con entusiasmo cada edición del Festival de la Guitarra y he sentido como ciudadana que lo que en el fondo importaba es lo que no se veía, lo que quedaba en la ciudad, lo que se construía en el imaginario, la sensibilidad de toda la gente que por aquí pasaba. A día de hoy todo eso se ha convertido en rutina. Da la sensación de que el filtro de su programación es salvar los muebles sin más complicación. Lo que importa ya está muy visto, lo que queda y se construye no se renueva y la sensibilidad la dejaron la mayoría de los que pasan por aquí en (algunas) ocasiones anteriores. De seguir así mucho me temo que acabará muriendo el público sin que el festival renueve su platea.
La Magna nos quitó el sábado la sensación de que Córdoba había entrado en el siglo XXI, al convertir la calle de La Feria o La Ribera en una postal de 1941
Sé que no existe una sola palabra inocente. El titular de arriba tampoco lo es. Lo que no quiere decir que huya de nuestra realidad. Seguramente el pasado sábado en los planes de Demetrio Obispo y de su órbita estaba la Virgen en general, la que los católicos consideran la Madre. Sin embargo, los que pasaban por debajo de su privilegiado palco solo veían y pensaban en una advocación en concreto. Un devoto cree que su Virgen, y ninguna otra, es la que lo protege y la que le hace los favores. Es lo que ocurre en Andalucía, también con los Cristos, y por lo que la Iglesia ha rechazado la Semana Santa, las romerías y todo lo que huela a paganismo hasta hace cinco minutos. Porque la religión popular aquí, esa que inunda cada vez más insistentemente nuestras calles, si no es politeísta, desde luego lo parece.
Gracias Medel por haberme enseñado que la poesía es para todo el mundo aunque solo unos pocos lo sepan. Y porque Dios ya no sea una niña asustada
Marta Jiménez@radiomarta
El Concurso Nacional de Arte Flamenco es heredero del que Lorca y Falla pusieron en pie en Granada en 1922. Casi todo lo que tocamos y escuchamos posee legendarias raíces.Marta Jiménez@radiomarta
El 13 y 14 de junio de 1922 la plaza de los Aljibes de La Alhambra –decorada por Ignacio Zuloaga– acogió la única edición del Concurso de Cante Jondo granadino que pusieron en pie dos amigos llamados Lorca y Falla. Tras una larga, laboriosa e ingrata organización del mismo, el músico acabó cerrando, tal vez por reacción, la etapa netamente andaluza de su producción. Por el contrario, el poeta continuó en su profundización del mítico mundo del flamenco, en el que el individuo «comenzó a comportarse como una colectividad». 34 años y muchos quejíos después, otro poeta llamado Ricardo Molina tuvo la buena estrella de rescatar el duende de la cita en su ciudad, Córdoba, y su Ayuntamiento de municipalizarlo a través del Gran Teatro en 1992. Conclusión: casi todo lo que tocamos y escuchamos posee legendarias raíces. |
En 2007 visité la Tate Modern en Londres y en la colección permanente de entonces encontré la obra de un solo artista español: una máscara de Espaliú
Tenemos la costumbre de no saldar las deudas con los artistas de cada tiempo. Hablo de los fundamentales, de los que han dejado huella en el universo. Hoy se cumplen 20 años de la muerte de Pepe Espaliú, el creador que conceptualizó el Sida, enfermedad que se lo llevó en su ciudad, adonde vino a morir, y sin quien sería muy difícil entender los debates sobre la identidad, la sexualidad y la crítica social de los años ochenta y principios de los noventa. Saltándose la costumbre, el Ayuntamiento de Córdoba sí que supo saldar su deuda con él, creando y manteniendo un pequeño y estupendo museo con algunas de las piezas de la colección familiar. Hubiera merecido algo así como un C4 y muchas otras obras, pero es un alivio que un espacio de la ciudad lleve su nombre y guarde su obra.
Muñoz Molina: «La delictiva catedral incrustada en ella [la Mezquita] desfigura y oscurece irreparablemente su espacio y abunda en la peor escoria de las imaginerías barrocas, como si el único propósito de quienes la construyeron hubiera sido escarnecer la convicción islámica de que la divinidad no puede ser representada sin sacrilegio”
En 1989, muy lejos aún de convertirse en Príncipe de Asturias de las Letras, Antonio Muñoz Molina caminó, leyó y se entusiasmó hasta la intoxicación durante varios meses en Córdoba. Una ciudad “para mí muy querida, pero (entonces) poco familiar”, escribió años después. El editor Rafael Borrás le había propuesto participar en la colección de la editorial Planeta “Ciudades en la Historia” con una obra sobre la Córdoba de mil años atrás, y aunque el escritor se resistió al principio, acabó publicando ‘Córdoba de los omeyas’ en una época en la que aún se sabía poco sobre Al-Andalus.
No existe dinero para destruir nada (…) Córdoba se parece más a aquella Sevilla del 89 que a la de 2016
Esta semana volví a ver ‘Grupo 7’, el inmenso policíaco andaluz de Alberto Rodríguez, que, entre otras cosas, viene a revelar que el cine español no debe andar tan mal cuando en el sur se realizan películas de tanta calidad. El filme cuenta cómo Sevilla barrió de droga el centro de la ciudad en los años previos a la Expo 92. Zonas hoy tan boho-chic como la Alameda de Hércules, andaban entonces abandonadas a la prostitución y al menudeo de droga, lo que se debía a factores de todo tipo, uno de ellos el urbanístico. Por cada dos casas, había una abandonada o era directamente un solar.
Cosmopoética debe seguir siendo un territorio sin minorías y sin banderas
Por primera vez en diez años no he pisado Cosmopoética. Ha sido por causa mayor, por esa bien nombrada conexión fatal norte sur que sirve para airear el ánimo con el que enfrentarse a este lugar con destino al tercer mundo. En la cosmoresaca me encuentro lamentos, enfados y pena, mucha pena porque si el festival ha sobrevivido al cambio político, ¡milagro!, parece que corre el riesgo de morir de aburrimiento y tradición. El concejal de Cultura anuncia un debate profundo al respecto y cosmocambios¿Los mismos que le dejaron hacer en el Festival de la Guitarra? Deseo que esta vez sean reales.