“El que sigue la tradición, acierta; fracasa el que se entrega a las novedades”. La cita es de un alfaquí andalusí llamado Abu Ibrahim quien resolvió una compleja disputa en su época, la de Al-Hakam II en el siglo X. El califa valoró al realizar la segunda ampliación de la Gran Mezquita rectificar la qibla (el muro del mihrab) porque estaba mal orientada desde el principio en unos 45 grados al sureste. El templo, en vez de mirar a la Meca como es preceptivo en el Corán, lo hacía y aún lo hace hacia algún punto del desierto del Sahara. La polémica se zanjó con esa frase que nos ha marcado como ciudad y con una Mezquita desorientada.
Hacia donde debería mirar nuestro gran templo se puede comprobar estos días en el primer patio de la cercana Casa Árabe. Allí, la artista kuwaití-puertorriqueña Alia Farid ha realizado una intervención en la que se han sembrado varios maceteros-siyadeh: alfombras para rezar hechas de flores y plantas aromática, orientadas a la Meca, que acabarán instaladas en espacios verdes de la ciudad.
Pero aun más espléndida que esa transformación del acto de rezar en jardinería es el error del que provienen. Cuando Alia llegó a Córdoba paseó por la ciudad sin mapas ni indicaciones. Junto a la fachada suroeste de la Mezquita, frente al Palacio Episcopal, vio en el suelo las marcas arqueológicas que señalan donde estuvo el sabat, el puente-pasadizo por el que el califa llegaba a la Mezquita desde su alcázar sin pisar la calle. Ella las confundió con siyadeh, alfombras de rezar por la forma que tienen, y pensó que eran intervenciones de algún artista público por el hecho de que en la Mezquita no se permite rezar a los musulmanes. Sus maceteros acabaron teniendo la forma de un vestigio y no la de un guiño contemporáneo a otra cultura que nos construyó y de la que hoy muchos abominan. Tanto, que en una de las habitaciones del antiguo sabat, ya dentro del muro de la qibla, han construido...