Ustedes perdonarán un título en inglés en un diario cordobés. La excusa es que anoche se estrenó en el Gran Teatro el musical Dirty dancing, y su tema principal hay que nombrarlo en su idioma. Cuando se estrenó la película en el 87 me hice inmediatamente fan de esta comedia de amor y baile. Treinta años después, lo sigo siendo por algo que no fui capaz de apreciar entonces, como tampoco lo hizo la gran mayoría pensando que era basura para adolescentes: que se trata de uno de los VHS feministas de nuestra colección. Toda la película se narra desde una mirada femenina y en ella se retrata de forma realista la oscuridad de los abortos ilegales en 1963, diez años antes de que se reconociera el derecho al aborto inducido en Estados Unidos. Ese es el punto de partida del resto de la trama.
A lo mejor hay quien piense que la representación del aborto en pantalla puede parecer irrelevante. Sin embargo, una trama así, sin paños calientes, no suele ser muy frecuente ni en Hollywood ni en el cine comercial. “Hay pocas películas tan infravaloradas e incomprendidas como Dirty dancing“, escribe Hadley Freedman, una escritora tan judía como Baby, la protagonista de la película, en un libro que lleva el mismo título que esta columna. En realidad, la verdadera heroína es la guionista del filme, Eleanor Bergstein, quien luchó contra viento y marea para poner en pie su historia tal y como la había escrito, tras el rechazo de muchos de los jefes de los estudios –todos varones–, que no podían soportar tanta libertad sexual femenina en un guión en el que la protagonista lleva la iniciativa y la cámara trata, para variar, como objeto al hombre.
Hoy sería impensable estrenar una película comercial así. De hecho, la condición sine qua non que puso Bergstein al vender los derechos de Dirty dancing para el musical es que no se tocara ni una coma de su guión. “En las películas adolescentes de los ochenta a las chicas les encanta el sexo y apenas sufren consecuencias por ello”, exclama Freedman. El caso es que ahora a las chicas les sigue encantado el sexo y lo practican de una forma más responsable que en los 80, como revelan los datos. Lo que ocurre es que los sectores conservadores son más poderosos y prefieren en pantalla la violencia brutal al sexo libre. Y somos lo que sembramos.