El universo de Miguel Cerro ilustra envases de cereales, chocolate, zumo o galletas de la marca vasca con los que ha conseguido dos premios Pentawards, considerados los Oscars del diseño depackaging
Córdoba es tierra extraña para descubrir y reconocer el talento local. Nada nuevo. Una diáspora de artistas y sabios de todos los colores ha barrido esta tierra en las últimas décadas. Gentes que han sacado demasiada riqueza y valor de una ciudad que, tal vez, no los merecía. Sin embargo, ese universo paralelo llamado internet está ayudando a remediarlo poco a poco, haciendo más por la descentralización y la cohesión cultural en los municipios que muchas de las políticas realizadas en el mundo.
El ilustrador y diseñador Miguel Cerro es de los que decidió quedarse en su ciudad, Córdoba, “porque aquí es más fácil que se te oxigene el cerebro”. Muchos de los ilustradores que admira viven en Zaragoza o La Rioja, y se dijo ¿por qué no?. Hoy el 80% del trabajo que realiza en su estudio de Ciudad Jardín “es para clientes de Despeñaperros para arriba”, en palabras propias, entre ellos la marca blanca agroalimentaria de Eroski para la que realiza diseño de packaging en cereales, chocolate, galletas, pan o zumo, trabajos por los que ya ha recibido premios en Japón o Nueva York.
Curiosamente, son en su mayoría empresas andaluzas las que aún no se han dado cuenta de que para adaptar sus productos a los distintos mercados necesitan el diseño y atraer así a nuevos públicos. “Hay pocas posibilidades de trabajo en Córdoba”, resume Miguel aludiendo a la poca cultura de diseño que hay en esta tierra, por lo que a él cada vez lo llaman más clientes de fuera.
Pero, ¿cómo un ilustrador cordobés se convierte en diseñador para estas grandes marcas? Pues como ocurre casi todo en la vida, por un cúmulo de casualidades. Una ilustración de Cerro llegó a manos de los periodistas cordobeses Eusebio Borrajo y Elena Lázaro quienes lo ficharon en la revista que editaban para las librería Beta. También recomendaron al ilustrador a un amigo bilbaíno, Paco Adín, de la agencia de branding Supperstudio y entre ilustradores de toda España, lo escogieron a él para Eroski, “porque la marca blanca no es enemiga del packaging“, en palabras de Adín. El resto ya es historia y dos de los diseños de Cerro para la marca han conseguido sendos Pentawards de plata en Tokio, considerados los Oscars del diseño de packaging.
Para este “ilustrador puro”, tal y como se define, su objetivo está en hacer “algo diferente”. Eso debió apreciar la UCO, institución para la que, en 2008, realizó sus primeros trabajos de ilustración en Córdoba, en concreto para los libros del Certamen Internacional de Relato Breve. De ahí, y entre otros trabajos cordobeses más, a la Feria del libro de este año para la que ha realizado su cartel -”me ha hecho mucha ilusión”, confiesa- en el que un libro-puerta invita a pasar y a leer y del que sale una de sus expresionistas figuras poliédricas.
Como guinda del pastel de la ilustración y el diseño, Miguel Cerro autogestiona su propia editorial, Libros de un extraño árbol, en donde edita y distribuye a toda España sus artísticos libros. Cuentos para niños y cuentos para adultos que nada tienen que ver con el cómic. “El libro ilustrado es otra cosa”, aclara. El último publicado es un surrealista e irónico libro titulado Dejadez, inconformismo y otros retratos “que muestra retratos de esas personas que vemos cada día en todas partes”. En sus páginas, un catálogo de personalidades como el reservado, el inconformista, el que espera siempre un tiempo mejor o el de la buena persona, todos ellos llevados en imágenes a su intransferible universo.
Un estilo que viene influenciado por otros ilustradores que admira como Isidro Ferrer, en cuyos cursos de Albarracín ha participado el cordobés, y los catalanes Pep Carrió, Roger Olmos o Pablo Auladell. Por encima de ellos, artistas como El Bosco, Dalí o Picasso tienen muchas huellas en su obra y no en vano, un poster de El jardín de las delicias preside la pared de su estudio.
La única ambición de Miguel Cerro es vivir de su trabajo, algo que ya ha conseguido sin moverse de su ciudad. Ahora, sueña con poder exponer su obra en Córdoba, aunque se mantiene pesimista con el camino que aún queda por recorrer en esta tierra. “La gente no le da valor a esto y apenas hay ilustradores en cordoba”, concluye con una pesadumbre que contrasta con el color de sus dibujos que, cuando están a la vista, todo lo inundan.