La periodista andaluza Eva Díaz Pérez pasó siete años recorriendo los caminos de El Rocío. Escribió su experiencia como testigo desvinculada de la romería en varios reportajes primero, y en un libro después, “El polvo del camino. El libro maldito del Rocío”, que ahora reedita la editorial cordobesa El Páramo. Su hazaña es contar este fenómeno desde su naturaleza dual: una orgía festiva travestida de religiosidad.
Lo curioso del asunto es que existen muchas visiones oficiales, apasionadas y apologéticas del Rocío y muy pocas sobre todas las caras que ofrece la multitudinaria romería. El periodista Manuel Chaves Nogales hablaba meses antes del estallido de la guerra civil de una “virgencita un poco selvática (…) con cierta preferencia por las formas de adoración también selváticas y primitivas”. Alfonso Grosso en la novela ‘Con flores a María’, también desató la ira de algunos rocieros al igual que Eva, que recibió amenazas por quienes se sienten criticados por este libro.
En realidad, todas las culturas en el tiempo y en el espacio han buscado respiraderos donde poder dejar caer sus máscaras. Ser otros, o más bien el otro que llevamos dentro, por unos días. El Rocío es un gran carnaval en donde todo está permitido y en donde hay tanto culto a una divinidad femenina como al dios Baco. Una fiesta tan llena de sexo, drogas y salves como muchas de las que disfrutaron tartesios, fenicios, griegos y romanos en sus propias dimensiones. El friso del Partenón muestra en su relieve la procesión de las Panateneas, un cortejo donde figuran los caballeros pero también los ciudadanos, músicos y los portadores de ofrendas seguidos por los animales de sacrificio. No tengo la menor idea de si estos griegos clásicos tenían la capacidad de reírse de sí mismos, pero sé que los andaluces del siglo XXI tenemos esa tara. Aun así, deseo que haya gente lúcida que nos siga poniendo un espejo delante. Feliz domingo de Pentecostés.
