Esta columna podría entrar en el debate de si el espacio del C3A se come las tres jaulas de Espaliú. O alabar lo bien que se ha trabajado Málaga su modelo de ciudad mientras Córdoba vive en la nada. También en analizar la cada vez más común injerencia de la política sobre la actividad cultural o incluso adivinar cómo será Antonio Agredano en su rol de flamante director de Cosmopoética. Pero estoy harta de tanta magnitud. La cotidianeidad y lo pequeño resultan cada vez algo más inspirador: como el simple hecho de doblar una esquina y que la vida te sorprenda.
El otro día doblé la de Ambrosio de Morales con Conde Cárdenas y aparecí en Camden. Allí, en un muro cercano al Mundano, me encontré a Amy Winehouse. Llevaba su famoso moño-colmena y el maxi-rabillo en los ojos, los labios pintados de rosa y unos enormes aros. Pensé que su primer plano era un grafiti, para descubrir de cerca que era papel pintado y pegado. Recordé cuando estaba viva, cuánto la admiré por su talentanzo a la vez que la compadecía por ser una yonki y una alcohólica. Confieso avergonzada que la vi en uno de sus conciertos lamentables y que a la vez que me emocionaba con sus letras y su voz, me regodeaba en su borrachera y debilidad. Hasta que el maravilloso documental ‘Amy, the girl behind the name’, de Asif Kapadia, me hizo caer a mí de los relatos simplistas para descubrir que realmente Amy murió por culpa del amor. Como tantas.
“El amor es una partida perdida/ más de lo que podría soportar”, cantaba en ‘Love is a losing game’. La verdadera droga de Amy fue su marido y su dependencia emocional el motivo de su autodestrucción. Nada fue más poderoso que eso porque a la mayoría nos educan para que no exista nada más sublime que el amor en nuestras vidas. Con semejante tara crecemos. “Tú vete con ella, y yo volveré a negro”, escribió en ‘Back to Black’, probablemente su mejor tema. El amor romántico como éxtasis de vida y de muerte, el legado que nunca debió dejarnos ni la Winehouse ni ninguna otra mujer. Por eso mañana iré a ponerle una vela antes de que también la arranquen de ese muro cordobés. Y gracias, querida desconocida, por la pintada.