Joe Satriani + Oli Brown & RavenEye. Teatro de la Axerquía. Sábado 12 de julio
La guitarra de Satriani rebotaba el sábado a medianoche en la muralla de la Puerta de Sevilla. Con un sonido claro y absoluto hasta en su choque con el patrimonio, sus notas lograron colarse por las callejuelas del Alcázar Viejo, tocaron los postigos de las casas y subieron a las azoteas veraniegas. Tal vez sin que los vecinos se dieran mucha cuenta de que en la cercana Axerquía se estaba celebrando un espectáculo de esos que hay que vivir, al menos, una vez en la vida.
La guitarra superlativa, la de verdad, tan solo ha sido invitada este año al Teatro al aire libre al comienzo y final del Festival. Lo demás ha sido apariencia. Y por eso da tanto gusto poner el punto y aparte con el vértigo que producen unos dedos tan veloces sobre las cuerdas que ni siquiera se puede captar a simple vista. Satriani tiene un don, además de un dominio absoluto de todas las posibilidades del instrumento. Para él tocar la guitarra resulta lo más natural del mundo aunque detrás se esconda una dicción guitarrística basada en un amplio conocimiento del lenguaje musical.
Y así, entre tappings a una y dos manos (sonando las notas en el mástil), barridos que lograron hacer sonar una nota a la vez y otra media docena de efectos más, el guitarrista neoyorkino se bañó de proto rock progresivo a diferencia del sonido heavy que reinó en su anterior concierto cordobés de 2007. Y la clave estuvo en la banda. Los músicos que acompañaron esta vez a Satriani, tan épicos como él, son tan incontestables que bien podrían protagonizar conciertos como solistas: Mike Keneally, (segunda guitarra y teclados), Bryan Beller (bajista) y Marco Minnemann (batería).
La noche transitó por las canciones de ‘Unstoppable momentum’, el último trabajo del músico, un remolino rítmico que no decae ni en las baladas, y que se acompañaba de proyecciones o muy eco o muy cómic. A ello se añadió un recorrido por sus clásicos y por los no tanto, rematando con ‘Surfing with the alien’, ‘Crowd Chant’ y ‘Summer song’. Temas que van más allá de la técnica perfecta, la rapidez y el virtuosismo salvaje y que demuestran la capacidad de construir melodías emotivas capaces de contar historias sin necesidad de ventilar notas.
La melomanía rockera se dejó sentir en una platea llena, reconcentrada y tan atenta que alguno ni siquiera percibió el dron que se sumó al concierto con sus lucecitas intermitentes sobrevolando el teatro y que dejó pillada hasta a la banda satrianesca. Una fauna rockera venida de muchos rincones –que es a lo que debe aspirar de una vez el festival- consiguió que la cita fuese más allá del concierto local. Y ver al maestro Brouwer vibrar con su amigo Satch, no tuvo precio.