Imitar es la mejor forma de elogiar. Córdoba emuló a Roma hace dos mil años manteniéndose al tanto de las novedades sociales, artísticas y políticas que ocurrieron en la ‘Urbs’ durante siglos. ‘Corduba’ fue una ciudad con ambiciones recompensada con el rango de provincia senatorial, un germen esencial que se expandió en la historia: no es casual que siguiese siendo capital de otros mundos durante 900 años. En ello están nuestras raíces, el primer estrato de nuestra historia por mucho que nos duelan los procesos de aculturación del antes, del después y del ahora.
Los magos de orienten nos han traído al comienzo de este año-abismo una gran exposición, tal vez la última en una época de tales características, llamada “Córdoba, reflejo de Roma”. Una invitación a disfrutar de la ciudad romana a partir del poder de sus imágenes. Un espejo retrovisor lleno de rigor arqueológico y explicado de modo asequible, que no sólo deberíamos convertir en una tarde de ocio cultural, sino reflexionar sobre cómo empezó todo. Como esta civilización explotaba el territorio extrayendo su riqueza de la agricultura, la ganadería o la minería; cuáles fueron sus señas de identidad en la vida cotidiana, su separación entre el mundo de los vivos y de los muertos o sus símbolos como centro de poder. De propina, veremos el puerto fluvial o el complejo tardorromano de Cercadilla en versión maqueta.
Como Lytton Strachey, pienso que la Historia es un Arte. En este trozo de ella tampoco debemos olvidar lo inmaterial. Según el investigador Antonio Monterroso “la calidad e influencia del pensamiento de los hombres de Córdoba es el verdadero reflejo de Roma”. Por si acaso, me he encomendado a la julio-claudia imagen de la emperatriz Livia como ‘fortuna’ o ‘abundatia’ (ahora en Orive, procedente de Iponuba–Baena pero con domicilio en el Arqueológico Nacional) para que el pensamiento de los habitantes cordubensis del estrato contemporáneo sea más avanzado, tolerante y libre.