Aun recuerdo cuando cualquiera podía sentirse parte de Cosmopoética. Cuando cada uno encontraba su verso en el autobús o en su barrio. En un concierto o una performance. Con poemas que se podían coger literalmente de los árboles y versos que salían de su cueva impresa para expandirse por toda la ciudad penetrando en todas sus capas. He conocido a gente que ha comprado su primer libro de poesía en la puerta de un recital cosmopoético o quién a la luz de narradores como Gioconda Belli, Michel Houellebeq o Alessandro Baricco han descubierto la poesía. Cosmopoética fue inclusiva y plural. Y parece que ha dejado de serlo. Un drama.

Pero seamos luminosos porque vivimos en una ciudad donde históricamente ha habido más poetas que salvapatrias. Incluso en nuestro días existe más gente que lee que la que se jacta de no haberlo hecho en su vida. Por eso Cosmopoética debe seguir siendo un territorio sin minorías y sin banderas. Un país de inconscientes. Un lugar donde compartir la liturgia de mirarnos en los espejos que los versos nos ponen delante. No nos queda mucho más futuro más allá de la poesía y la cultura, por eso es tan necesaria esta cosmocita anual. Y ya que habíamos conseguido hacerlo bien, consolidarla, proyectar la ciudad y crear ambiente poético ¿por qué dejarla morir?. Mi humilde petición es que Cosmopoética vuelva a su primavera original porque en abril nos fue mucho mejor. Esa primavera poética que se impone al otoño.