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Trovadora y libre

 

Apellidarse Pena y cantar fados es llevar la fatalidad pegada en  la voz

Marta JiménezMarta Jiménez@radiomarta
Apellidarse Pena y cantar fados es llevar la fatalidad pegada en  la voz. Menos mal que a medida que avanza la vida, lo intuido como certeza se vuelve cada vez más borroso y acaba siendo devorado por la mismísima realidad. Y algo muy alejado del fatalismo es lo que está ocurriendo en el ciclo ‘Guitarra y fado’, celebrado esta edición del Festival en la sala Polifemo del Góngora, un espacio de guitarras y emociones del que nunca se sale tal y como se entra gracias a que existen otros mundos dentro del folk.

La última en demostrarlo ha sido Lula Pena, una cantante de culto en Portugal y una enorme música. Nunca un espectáculo tan minimalista –guitarra portuguesa y voz grave- estuvo tan lleno de colores brillantes dispuestos con  palabras, susurros, latidos, silbidos y los destellos de un millón de acordes. Pero también con silencios. Esos espacios que permitieron al público crear su propia ficción dentro del viaje propuesto por Pena. Una travesía  construida por siete suites, dentro de las cuales – algunas con duración de hasta veinte minutos- se intuían movimientos conformados por  la misma tonalidad de memorias y olvidos.
Versos de Alejandra Pizarnik, Antonio Gamoneda, Fernando Pessoa, Chico Buarque, Atahualpa Yupanqui o José Afonso se agarraron a la guitarra y a la garganta de la portuguesa de la forma más libre y a la vez llena de autodominio que he visto en mucho tiempo. Sabiendo crear nuevas dimensiones de las palabras a través de las conexiones simbólicas de su atmósfera musical. Escuchándola, se entienden los doce años que separan sus dos trabajos, ‘Phados’ y ‘Trobadour’, y ese gusto por cocinar canciones a fuego lento para que se llenen de nutrientes y de sabor. Por eso olía tan bien allí.
Lula Pena huyó de los convencionalismos musicales y construyó su mensaje con honestidad, desde la individualidad y la franqueza. Y ésta es tan desarmante que algunos no la entendieron y tuvieron la mala educación de abandonar una sala muda por la emoción. La emoción de una mujer dispuesta a cambiar el mundo con el sonido de las palabras y la delicadeza referencial  de su guitarra. Un concierto que fue una enseñaza en muchos aspectos y que no me hubiese gustado perderme por nada del mundo.

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