Existe una sección en el programa de Buenafuente titulada “Visto en un chino”. En ella, los espectadores mandan fotografías de cosas reales y peregrinas y descontextualizadas que encuentran en estos bazares contemporáneos. Las imágenes son hilarantes y aberrantes, tanto, como las que a veces se ven por la calle Albucasis o por la calle Deanes. Porque si Andreu viniese a pasar un fin de semana en la ciudad, acabaría creando el espacio “Visto en la Judería”.
Hay muñecas vestidas de gitana, carteles de toros para poner un nombre, el que se desee, zapatos con lunares y delantales con volantes. Hasta ahí correcto. Feo pero lo suyo. Ahora bien, espadas toledanas y armaduras neo-medievales, sombreros mexicanos en los que pone Córdoba, maracas, delantales con obras de Miguel Ángel o de Los Uffizi, como si a la vuelta de la esquina estuviera la Piazza de la Signoria, camisetas y gorras y azulejos llenos de frases de mal gusto o de idioteces supinas… todos esos objetos se venden en la Judería de forma incomprensible. Pasen y vean.
No voy a criticar lo que cada cual ofrezca en su bazar turístico, faltaría más. Sólo que me gustaría que hubiese negocios más cool en esas tranquilas callejuelas. Seguro que quienes nos visitan los merecen. Aunque lo que es superior a mis fuerzas es que este museo de los horrores cuelgue de la fachada de cada comercio con total impunidad. Que un vecino no pueda tocar ni la reja de su fachada por aquello de la conservación de lo patrimonial cuando el local de al lado campa a sus anchas con objetos dignos de un desprendimiento de retina. Resulta muy inadecuado y daña irremediablemente la imagen que proyectamos en los visitantes. Y eso también es patrimonio.