EL MAL NO ES UNA ENFERMEDAD MENTAL

El mediático caso de José Bretón posee demasiadas víctimas además de sus propios hijos, la madre de éstos, los familiares y los allegados. De forma colateral, hechos tan feroces hieren a la propia sociedad y hasta a la condición humana. Dentro de ambas existe un colectivo especialmente vulnerable debido al estigma con el que carga desde hace siglos: las personas con enfermedad mental. La explicación más estimable para la mayoría de los mortales de un crimen tan violento suele estar casi siempre en las patologías mentales. El cortocircuito producido en la mente del presunto asesino para acabar con la vida de sus pequeños sólo puede digerirse en el sentido de la mayoría culpando a un trastorno mental porque «ninguna persona normal cometería un crimen así». Pero la locura pocas veces razona un crimen. Es muy injusto unir siempre el mal con los trastornos mentales.
Hasta ahora, los tres estudios –psiquiátrico, psicológico y de salud mental– realizados al imputado demuestran que José Bretón no es una persona con enfermedad mental. A lo mejor tiene otras dolencias, es diabético o hipertenso o tiene insuficiencia renal o cataratas o es celíaco. Pero ninguna de estas enfermedades son sospechosas ni útiles para explicar un crimen, porque ninguno de estos enfermos reside en los márgenes de la sociedad. Los mentales sí, por eso conviene meter a Bretón en ese saco, mandarlo a la «otredad» para diferenciarlo de nosotros, para darle una patada hasta el cajón más desahuciado de la realidad y, así, con esta endeble explicación, sentirnos mejor.
Existen más personas «cuerdas» que cometen actos de extremada violencia que personas con enfermedad mental acusadas en estos sucesos. Cada día nos desayunamos con hombres que pegan y matan a sus esposas, proxenetas que esclavizan a prostitutas, pederastas de cualquier índole o religión, adolescentes que apalean y queman a mendigos o soldados violadores que se creen con derecho de pernada sobre las mujeres del país «enemigo». Hay que romper el falso vínculo violencia-enfermedad mental. Las personas que la padecen tienen la misma probabilidad de cometer un acto delictivo que cualquier otra.
En los últimos días hemos oído decir que José Bretón es un psicópata. Lo que se entiende por una persona incapaz de ponerse en el lugar del otro, alguien con falta absoluta de empatía. Estas personas suelen tener falta de conciencia y remordimiento, impulsividad, irresponsabilidad e irritabilidad. Además, el psicópata es un manipulador por excelencia. Desde luego, muy pocos de ellos son unos asesinos y los psicópatas suponen un 4% de la población. ¿Retrata a alguien de su entorno, tal vez un jefe, un vecino, una pareja o un hijo semejante definición? Podría ser que sí. Estamos rodeados de personas que poseen estos rasgos y que no llegan a ser enfermos. Según las estadísticas, a lo largo de una vida podemos cruzarnos con dos personas que padecen psicopatía. Y éstas suelen llevar la máscara de la cordura. ¿Pero es la psicopatía una enfermedad mental? Los especialistas no se ponen de acuerdo aunque la Clasificación Internacional de Enfermedades Mentales de la Organización Mundial de la Salud (CIE-10), que es la que unifica criterios para el diagnóstico, la contempla en la F60.2 como trastorno disocial de la personalidad.
Pues bien, Bretón es inteligente, manipulador y, recordemos, no tiene ninguna enfermedad mental, según tres informes. Era consciente de lo que presuntamente hacía y sabía distinguir perfectamente entre el bien y el mal. Así que si la conciencia colectiva sigue creyendo que esta clase de crímenes solo son explicables a través del trastorno mental, está metiendo a Bretón en el mismo saco que a las personas que sufren anorexia, demencia senil, ansiedad, depresión, hiperactividad, neurosis, psicosis, trastorno bipolar o esquizofrenia. Y una de cada cuatro personas sufre un trastorno mental a lo largo de su vida. La mayoría de ellas llevan añadido a su padecimiento la losa de un estigma que sigue haciéndose más grande, alimentado por casos como el que nos ocupa.
Por último, invitamos a reflexionar sobre cómo una sociedad que se autodenomina «normal» ha quedado magnetizada por el espectáculo mediático del mal o cómo una parte de ella ha resucitado el espíritu medieval del ojo por ojo o nos ha recordado los oscuros tiempos de la Inquisición. Lo decía Michel Foucault: «Uno no está alienado porque está enfermo, sino que está enfermo porque está alienado».




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