La invitación es a tomar la plaza. Eso que da tanto miedo ahora depende de para qué. Si a uno le van las cruces o es caracolero puede estar tranquilo porque quedará libre de sospecha. Pero si lo que le apetece es activar las neuronas y el arte cantando, danzando, recitando o haciendo una performance se la jugará ahogado en permisos, tasas municipales y requisitos inverosímiles. Pero aun existe quien domina al miedo con inteligencia cultural, entre ellos la plataforma ciudadana ‘Emplazarte’. Un grupo de personas que se hacen humanas en las esquinas reclamando cultura desde la base y la libertad. Ellos son la calle. Ellos son la resistencia a la nada.
Lo más bonito de su plan, además del momento y del lugar, es el juego de pistas que proponen para encontrar la plaza que emplazan. Dejando miguitas de pan en las redes sociales: “demasiado dolor para una calle (…) en la que podremos descansar en la casa del poeta envidiado (y vilipendiado) por Lope de Vega y Quevedo”. Así construyen el itinerario que llevará al lugar al que devolverán la vida, lo que está haciendo que muchos, de forma colateral, aprendan por fin cómo y por qué se llaman sus calles.
La última fue en la plaza de las plazas, el Potro. Allí arrancaron al concejal de Cultura una fecha: la de apertura del Centro Fosforito en la antigua Posada para septiembre. La siguiente será el primero de mayo en Abades, con la idea de devolver al casco histórico un sonido que perdió hace siglos, el de los cantos sefardíes. Será la voz de la francesa nacida en Túnez Linda Calvo Sixou la que traiga los ecos de la cultura judeo-española a nuestras calles porque aquí, o “cabemos todos o no cabe ni Dios” . Y todos también son los de los barrios lejanos al casco, con menos huellas en su trama urbana pero las mismas ganas de tomar la plaza en esta acción tan cervantina de “la alegría universal / huyendo de la congoja, calles y plazas discurre”.