Había una vez un ministro franquista llamado José Solís, natural de Cabra y conocido como «la sonrisa del régimen». Él fue el autor de la totalitaria frase que encabeza este artículo. La soltó en las Cortes durante una discusión sobre los planes de educación, en la que defendía un proyecto de ley para aumentar el número de horas dedicadas al deporte en los colegios en detrimento del estudio de las lenguas clásicas. «¿Para qué sirve hoy el latín?», preguntó el sonriente ministro. «Por de pronto, señor», contestó Adolfo Muñoz, profesor de la Universidad Complutense y amante de la cultura, «para que a su señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa».
MÁS DEPORTE Y MENOS LATÍN
Como era de esperar, y a pesar de tan elegante e hiriente respuesta, el latín alcanzó enseguida una precaria presencia en la enseñanza. Justo lo que muchos nos tememos que podría pasar con la cultura en Córdoba tras el palo de la Capitalidad. Como si una cosa fuese la otra. Como si pudiésemos arrinconar aquello que nos nombra, nos construye, nos identifica y constituye un recurso económico.
Resulta absurda esa creencia de que la Copa Davis venga a ser un premio de consolación tras la desilusión. Es fantástico que la semifinal se juegue en Córdoba y tendrá el talante limpio y deportivo que le faltó a una competición cultural europea tan llena de árbitros comprados. Pero a pie de pista, la Davis es elitista y solamente beneficiará a unos cuantos, mientras que la capitalidad hubiese sido transversal y expansiva para la ciudad. Un verdadero paso adelante durante un año y no unos fuegos artificiales de fin de semana. Sin embargo, da la sensación de que el nombre de Córdoba se proyectará más en el exterior durante este fin de semana deportivo que a lo largo de un año entero de cultura. Así funciona el mundo. Con más deporte y menos latín. Llevaba razón el ministro de Cabra con su chusca premonición.