blog - artículos, entrevistas, reportajes y crónica de marta jiménez

Rock controlado

 

Leiva + Lapido. Festival de la Guitarra de Córdoba. Lugar: Teatro de La Axerquía

¿Qué tiene que ver Lapido con Leiva? ¿Y tú me lo preguntas? Que uno sale en la televisión y en las diferentes radiofómulas y el otro no ¿Que por qué mezclar en La Axerquía a cuarentones con camisetas del músico granadino, e incluso alguna que otra de 091, con veinteañeras a tope de eyeliner? Intuyo que por una extraña estrategia de marketing basada en la unión de clanes, aunque fallida a la vista de la media entrada que presentaba el panorama del teatro al aire libre el sábado por la noche.


Recuerdo vagamente cuando los criterios para programar a varias bandas en un solo concierto eran estéticos, pero vivimos tiempos en que Leiva telonea a los Rolling y Lapido telonea a Leiva. Y así la vida y los directos. En el caso de nuestro Festival, el experimento del sábado dio para un curiosos paralelismo entre lo masculino y lo femenino. Pero ese es otro jardín. Un guante para el estudio del comportamiento de género que lanzo a la sociología por si aun no es consciente de para lo mucho que da el microcosmos de un concierto.

En cuanto al espectáculo que nos ocupa, habría que definirlo como aceptable para los planetas de cada cual e indiferente para el resto de los satélites, que eran los menos y que tenían un ojo puesto en los penaltis del Costa Rica-Holanda que daban en el bar del teatro. Aunque las reacciones fueron calcadas ante ambas municiones musicales, las dos explosiones de vitalidad tuvieron muy en cuenta el alcance, determinando correctamente la cantidad de explosivos, sus posiciones y el tiempo de encendido entre las cargas.

“¿Lapido, dices? El caso es que me suena, pero 091 de nada”, confesaba una espectadora (de Leiva, claro) haciendo botellón en la puerta de La Axerquía. Tal vez a ella hubiera que haberle explicado que el rock español debe a este poeta eléctrico algunas de sus páginas más brillantes y que su ciudad, Granada, ha dado algunas de las figuras fundamentales de la música de este país en las últimas décadas. O tal vez no. Tendría que haberlo descubierto ella sola comprobando cómo el rockero da la misma importancia a un riff que a la letra de una estrofa. O cómo mezcla palos clásicos del rock con raíces más folk, más pop o más eléctricas. O lo elegante que es su banda acompañando al jefe, un tipo muy formal que se centró en las canciones de su último disco, algunas clásicas y no tanto de su repertorio, y que también rescató una par de temas de su exbanda, 091.

Con Leiva hubo un cambio de pantalla, aunque solo ocurriese en escena. Del quinteto rockero se pasó al combo popero, completado con percusión, saxo y trompeta, y volvió a reinar la gentileza a su público. Abajo, infinita pasión por su pañuelo al viento, su sombrero y su porte de Lucky luck. También por sus canciones, cómo no, no solo por las de Pereza, que haberlas hubo en el setlist, sino por las de ‘Polvora’. Quedaron claras un par de cosas: que el último disco del madrileño es un punto de inflexión para su público, que ya no espera con ansiedad los éxitos del exdúo sino que se sabe al dedillo las letras de sus éxitos en solitario. Y que a Leiva no se le ha pegado ni mijita de sus Satánicas Majestades. Y otra de propina que nos quedó clarinete: Que todos los del clan Lapido sí sabían quien era Leiva.

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