blog - artículos, entrevistas, reportajes y crónica de marta jiménez

EL INSURRECTO

Verano del 89 en La Axerquía ¿O era primavera? Los tíos se colaban saltando la valla de piedra con una litrona en la otra mano, mientras que nosotras, también con litrona, pagábamos religiosamente las 300 pesetas de la entrada –¿o eran 500?– por miedo al ridículo. Sobre el escenario de una noche memorable, sin decorados pintados ni jaulas ni cacharrería hidráulica, Manolo García y Quimi Portet lo dieron todo en un primer concierto en Córdoba que aún perdura en su memoria y en la nuestra. Aquel público caliente de los ochenta hizo que García se derramase encima litros de cerveza, que sacase un saco con 20 kilos de plumas con las que formó una nube surrealista en un teatro en el que acabó tirándose en plancha sobre los primeros de la fila. La felicidad de los recuerdos es proporcional a las bondades de las mentiras de la nostalgia.

Verano de 2012. Manolo sin Quimi, exRápido, exBurro y exUltimo de la Fila, reaparece en el mismo teatro al aire libre entre cuyas gradas ya no crece la hierba. Y es que los días ya no pasan intactos por mucho que se empeñe. Todo es más civilizado: sillas de plástico que nadie entiende en la clase preferente, excesivo personal de seguridad, hombres con mochilas cargadas de cerveza a 3 euros el vaso y un entusiasmo más soft , aunque entusiasmo, que aquel pseudopunki ochentero. La primera es un rebuzno de amor: Disneylandia. Touché. Todo se vuelve salvaje otra vez aunque nadie la cante. La memoria se llena de plumas de pollo por mucho que la versión haya perdido su base electrónica ¿Realidad o ficción? Solo Aviones plateados, A veces se enciende Insurrección nos devuelven, durante las casi tres horas de concierto, a la ficción de ese pasado que hoy es carne de tributos.
En el teatrito de Manolo esta vez hay de todo: público hasta la bandera y 7 cámaras que ruedan una película del concierto porque “este de Córdoba va a molar”, según los augurios del músico. Pero al final no moló tanto por culpa de un sonido pastoso y malo, y otro sonido Manolo que se convierte en demasiado repetitivo por mucha generosidad y buen rollo marca de la casa que le ponga. El cantante trepa entre el graderío, llama a las filas de la insurrección y llena de alegría y energía el suelo que pisa, aunque algún arreglo electrónico a lo Tecnotronic y la bailarina de las sombras chinescas den algo de vergüenza ajena.
La mayoría, canciones de sus discos en solitario (Sombra de tu palmera, Para que no se duerman mis sentidos, Somos levedad, Sobre el oscuro abismo en que te meces Pájaros de barro con 5.000 palmeros acompañando). Sonrisas, risas y muchos flashbacks. Es lo que tiene la magia de este cantante que ama a la Córdoba de las mezquitas junto a las incoherencias de una espectadora nostálgica que solo quería escuchar canciones de El Ultimo.