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Isel Rodríguez: “Perder la orquesta sería como volver al siglo XIX”

El concertino es el violinista primero de una orquesta, quien se encarga de la ejecución de los solos. Y ese es el papel de Isel Rodríguez en la Orquesta de Córdoba desde su creación en 1992. De la mano del maestro Brouwer, la violinista llegó a la ciudad junto a cinco compatriotas cubanos más para presentarse a las oposiciones de nuestra orquesta. En La Habana, su ciudad, y con 22 años se había convertido en la concertino más joven de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, pero la dureza del periodo especial en la isla y ser madre un bebé no le hicieron dudar de la oportunidad que se presentaba cruzando a la otra orilla del Atlántico. Y aquí sigue.

FILANTROPÍA


Existen ciudades con orquesta y ciudades sin melodía. Córdoba siempre sonó a silencio, tan nocturno y encalado como cómplice y cobarde. El progreso lo acalló en parte gracias a lo que nos trajo la Expo: el AVE y una Orquesta. Era la época en la que se configuraba el mapa sinfónico andaluz con dos grandes orquestas -Sevilla y Málaga- y dos medianas -Granada y Córdoba-. La nuestra fue la cuarta en engancharse entonces y, 20 años después, lucha por sobrevivir sabiéndose el eslabón más débil, la más desprotegida de las cuatro  andaluzas a causa de lo público y de lo privado.


El 29 de octubre de 1992 el maestro Brouwer dirigía por primera vez a la Orquesta de Córdoba en el Gran Teatro. Un gran acontecimiento. Rafael Orozco interpretó el Concierto Emperador de Beethoven y Adolfo Marsillach puso voz a la Guía de Orquesta para jóvenes de Britten, toda una declaración de intenciones de lo que la formación clásica traería: hábitos culturales. De los 69 abonados de la primera temporada se ha llegado a los 1.000 y pico en esta última. La música clásica se ha explicado a no sé cuantos miles de escolares en los conciertos didácticos y la orquesta ha tocado en barrios en los que nunca sonó la música clásica. Su labor pedagógica y democrática nos ha regenerado como ciudad y como ciudadanos.

Dicho lo cual y viendo lo que viene, los hábitos culturales deberían introducirse ahora entre la oligarquía cordobesa con un solo objetivo: la filantropía. Soñamos con que los ricos y los emprendedores se conviertan en generosos mecenas, ley de mecenazgo mediante (de una vez) que les otorgue marco jurídico y reconocimiento social. Recordemos que la revista Cántico nunca hubiera existido sin el patrocinio de Baldomero Moreno (a quien se le tuvo que ocultar la homosexualidad reinante, claro está). Por todo ello les hemos quitado las velas a la Junta y se las hemos encendido tanto a los empresarios deseosos de unir su nombre al de Bach, como a un Ayuntamiento cuyo concejal de Cultura es catedrático de piano y ama a la orquesta.