Prieto, personaje de esos que encumbra la realidad local, lo fue también de la novela Vida de Pablo de Carlos Pardo
Un déja vu que nos deja el reflejo íntimo y huidizo de lo que somos. Esa es una de las alucinaciones que promete Con alma lenta, la exposición de pintura monumental (algunas obras rondan los dos metros cuadrados) que se inaugura esta noche en la Casa Góngora. Su autor es Pablo Prieto, el señor de los bares Limbo y Amapola en esta ciudad de la periferia de París. En ella muestra hasta mayo una obra artística cocinada a fuego lento durante un largo espacio de tiempo, tal vez para luchar contra él. O tal vez para alterarlo.
Prieto, personaje de esos que encumbra la realidad local, lo fue también de la novela Vida de Pablo de Carlos Pardo. El espejo de una generación colgada en el vacío porque nada es como les dijeron o una historia de gente en los márgenes cuyo limbo está en los bares. Dos de sus frases intuyo que nos acompañarán al bucear por estas pinturas: la del narrador, a mí me gusta que no suceda nada y la que resumía el espíritu de esta ciudad en boca de Pablo: pan, aceitunas y silencio.
Como la vida tiene paralelismos que la razón no entiende, espirales poéticas del suceder de las cosas, es justo ahora cuando el Limbo ha rescatado su soplo de los 90 reabriendo en la calle Juan Rufo. Otro déja vude lo que fuimos. Las canciones a esa actualización del pasado las pone Juan Antonio Canta, el cantor de tragedias y comedias, tal y como lo bautizó el artista José Luis Muñoz mientras lo retrataba entre sus paredes, su escenario natural. Un documental titulado Patuchas, el hombre de los mil limones se estrenará esta primavera gracias a un admirador catalán del músico, Abel Esteve, quien ha somatizado en imágenes el gran impacto que le produjo el suicidio de Juan Antonio. Su rodaje lo ha removido todo y de esta experiencia muchos amigos de Patuchas han tenido la necesidad de contar su historia. Y ya no sé si es que aquí las cosas ocurren realmente con lentitud o solo cuando tienen que pasar.