No existe dinero para destruir nada (…) Córdoba se parece más a aquella Sevilla del 89 que a la de 2016
Esta semana volví a ver ‘Grupo 7’, el inmenso policíaco andaluz de Alberto Rodríguez, que, entre otras cosas, viene a revelar que el cine español no debe andar tan mal cuando en el sur se realizan películas de tanta calidad. El filme cuenta cómo Sevilla barrió de droga el centro de la ciudad en los años previos a la Expo 92. Zonas hoy tan boho-chic como la Alameda de Hércules, andaban entonces abandonadas a la prostitución y al menudeo de droga, lo que se debía a factores de todo tipo, uno de ellos el urbanístico. Por cada dos casas, había una abandonada o era directamente un solar.
Córdoba se parece a Sevilla en ser una ciudad de extremos. Tal vez sea el curso del Guadalquivir el que mezcla el dulce olor a jazmín con el pestazo del desconsuelo humano. En nuestro meandro, lo último que hemos unido es el hipotético futuro de un Museo de Bellas Artes de nueva planta al de una acampada reivindicativa. Me refiero a la que ha ocupado el antiguo colegio Rey Heredia en el Campo de la Verdad, un edificio que ahora resulta que tenía previsto su derribo desde 2001 según el PGOU, un dato del que nadie se acordaba, y que de repente ha situado el debate en derribo sí derribo no. Ilusos.
No existe dinero para destruir nada. Y aún menos para construir en Córdoba. Jugar a ver si quedará mejor una presunta plaza ante el hipotético Museo o adivinar a qué otros solares nos llevamos el Bellas Artes, algunos con tan largo pedigrí de la nada como Miraflores, me parece un juego tan perverso como anacrónico. Intuyo que si llego a anciana el museo seguirá en el Potro. Y no es desencanto sino pura observación. Córdoba se parece más a aquella Sevilla del 89 que a la de 2016. Y la prueba está en que ya solo hablamos de lugares que iban a ser tal o cuál cosa pero que son lo que son: Solares o edificios abandonados. Por tanto, para mí los únicos llenos de dignidad y sentido de la realidad en esta historia son los que duermen dentro de un inmueble para reivindicar que un antiguo colegio, levantado en 1917, no se abandone. En ese momento estamos por mucho que soñemos habitar en otro distinto o, incluso tal vez, en otra ciudad.