El hombre río se mecía tranquilamente flotando sobre las aguas del Guadalquivir. El bañista –la nueva escultura espontánea de Miraflores, ese lugar- es su antítesis: está en tensión, activado y pillado justo en el momento de lanzarse al agua, sin importarle si el río lleva mucha o poca. Ambas acciones artísticas son la metáfora de una ciudad en dos tiempos. Las dos esculturas conforman la repuesta del arte callejero a la parte más institucional y alejada de la realidad de esta ciudad. La que prefiere coronar vírgenes y entregar trofeos de dominó (ambos actos en la agenda de los políticos este fin de semana), antes que pisar el suelo real de 2012.
Como el bañista, Córdoba puede vestir un traje de baño de principios del siglo XX, pero irremediablemente ha tomado la decisión de tirarse a un agua que quién sabe dónde la arrastrará. Baste ver a los estudiantes esta semana tomando el Ayuntamiento, encerrarse en Filosofía y Letras o la actitud ciudadana de Córdoba en el aniversario del 15M. Nino y Javi, los dos hermanos argentinos papás de este bañista hiperrealista, se introdujeron en Córdoba hará unos diez años pintando murales en casas de la Magdalena. Desde entonces, han mirado a la ciudad con sus ojos del otro lado del charco y no han podido dar más en el clavo, por mucho que su pretensión no fuera esa.
El bañista está hecho de poliéster y poliuretano, pero posee una base de hierro. Como Córdoba. Reconstruida con espuma y plástico aunque con un subsuelo físico y espiritual que es cuna del humanismo Europeo. La ciudad ya le ha cogido cariño, puede que por su frescura ante el calor, aunque el temor está en que, como la escultura, Córdoba se quede congelada como en otras tantas ocasiones. Eso sí, quién más miedo ha demostrado es el alcalde queriendo encerrar al bañista en un museo o similar. Justo por lo que éste se ha revelado tan simbólico.