El edificio antes conocido como C4 –nacido como una panal blanco a esta orilla del Guadalquivir- representa, como en la novela de Cela, la colmena de una ciudad que vive “una mañana eternamente repetida”. Hasta llegar a su tecnológica fachada-pantalla se partió de una secuencia geométrica muy sencilla “con la que se consiguen múltiples variaciones”, en palabras de uno de sus arquitectos, Enrique Sobejano. Lástima que esta teoría arquitectónica aun no se haya aplicado al contenido y al uso que tendrá el edificio.
La lucha porque la colección Citoler se quede a vivir en Córdoba ha sido muy estimulante durante los últimos años, pero mucho me temo que ahora carece de sentido al haberse configurado, para bien o para mal, una nueva época. Si concebimos como un disparate los 20 millones de euros invertidos en este edificio de futuro ¿cultural? incierto, no se debería cometer otro invirtiendo un pico que no tenemos en una colección de arte. Nos corresponde sustituir las lluvias de dinero de ayer por conductas más innovadoras y sostenibles. Y no es de recibo que en esta realidad sin fondos para mantener la sala de Puerta Nueva, en donde precisamente se exponían los premios de fotografía que llevan el nombre de Pilar Citoler, se invierta el dinero que no existe en las obras de arte de la coleccionista. Además, está demasiado cerca, salvando las distancias, un caso de características similares: el del ambicioso Museo Carmen Thyssen de Málaga. Una colección, con su correspondiente museo en el centro de la capital, que ha defraudado por su recorte de calidad expositiva, por una tibia acogida y una opaca gestión que ahora suma la desconfianza en una baronesa sin cashque pretende recuperar el uso de sus cuadros antes de lo que prometió.
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