blog - artículos, entrevistas, reportajes y crónica de marta jiménez

LA CIUDAD DE LAS MUSAS










































Si alguien sintiese este otoño que Córdoba es un páramo cultural debería caerle el catálogo de ‘Góngora, la estrella inextinguible’ en la cabeza. Que dicha exposición, inaugurada en mayo en la Biblioteca Nacional, habite por unos meses en la sala Vimcorsa y el Centro Espaliú resulta un acontecimiento tan gozoso como que el polvo de las calles que pisó el príncipe de los poetas pertenezca a nuestro subsuelo: por las obras que contiene -y eso que el famoso retrato de Velázquez que cuelga aquí es una copia anónima- además de por la extraordinaria bibliografía gongorina que recoge. El plan es que en este otoño negro podamos cruzar desde la realidad ordinaria al extraordinario mundo paralelo que ofrece el poeta. Un universo escrito con un código de señales que subliman lo insignificante.
Invito a que la exposición sirva de paso para recordar cómo Córdoba continúa siendo una confluencia de amores, odios y literatura. Góngora fue transportado del infierno a la gloria 300 años después de su muerte, cuando la vanguardia lo convirtió en vanguardia por haber cambiado el curso de la poesía. Antes, el enemigo había echado al autor de ‘Las Soledades’ de las antologías, las enciclopedias y de la historia. Lo triste es que dentro de estos laberintos el desprecio de sus semejantes siga siendo el destino de muchos grandes poetas.

LA BURLA INEXTINGUIBLE












“Opinar acerca de un escritor clásico es cosa fácil”, decía Cernuda. Lo sostienen siglos de valoraciones. A ello habría que añadir que en ciertos lugares, hay clásicos que son opinables aunque no se hayan leído, como ocurre en Córdoba con Góngora. En su ciudad, don Luis tiene que conformarse con ser un personaje ilustre que sirve para nombrar una calle de ‘shopping night’ sin que durante cuatro siglos se haya creado una sola institución que gravite en torno a su figura. El poeta –considerado el mejor de los españoles por Harold Bloom– tendría que haber sido un escritor o artista menor para que esto ocurriese. Y a eso se le llama miopía hiperlocal. O, más bien, una burla.

Sobre Góngora prevalecen las leyendas urbanas y la ignorancia frente a unos pocos que han querido aprender su idioma en las calles donde volaban de mano en mano sus manuscritos en el XVII. A pesar de ello, la muestra en la Biblioteca Nacional ‘Góngora. La estrella inextinguible (-)’ y la revelación de un texto inédito, escrito de su puño y letra, emergen como un acontecimiento gigante. Un refugio gozoso en una semana de desmoronamiento general. Pensemos en la que se hubiese liado en cualquier otra ciudad que considerase a Góngora algo suyo con semejante noticia. Aquí, habrá que ponerle velas a su retrato de Velázquez para...