blog - artículos, entrevistas, reportajes y crónica de marta jiménez

LA FRAGUA/THE FORGE



En un lugar de los Pedroches llamado Belacálzar, en la periferia de cualquier núcleo artístico, existe un espacio universal y suspendido en el limbo destinado a forjar el talento de artistas de cualquier disciplina mediante la naturaleza, el territorio, la historia, el pueblo y el inmueble que los acoge, el Convento de santa Clara. Ese lugar se llama La Fragua/The Forge y acaba de cumplir su primer año de vida. Se trata de una residencia de artistas, centro de creación, enseñanza y exposición que ha transformado un edificio histórico abandonando en un laboratorio creativo y su espacio exterior en un huerto jardín “agroartístico”. Lo mejor es que se trata de otra aventura independiente en estos tiempos mutantes, con una inversión gradual tan razonable que promueve el mecenazgo. Un desvío por otros caminos que también llevan a la cultura.

Alguien ya ha definido al proyecto como una hermosa anomalía y en su primer año ha demostrado que ni es efímero ni inalcanzable. El convento ha convertido sus antiguas enfermerías –de muy interesante arquitectura- en espacios expositivos-performativos. Los artistas que allí residen duermen en la Casa de Manolo, el inmueble que un profesor de la Sorbona donó para el desarrollo de la cultura en su pueblo. Allí, con vistas al Castillo, han contemplado el amanecer a lo largo de este año un compositor japonés, una bailarina austriaca, una poeta filipina o un pintor alemán, entre otros. Por allí han pasado desde el gran Israel Galván bailando “solo”, hasta una pandilla de monjas clarisas que disfrutaron de una exposición.
El aniversario de La Fragua se celebra con la muestra colectiva y multidisciplinar “Recuerdo de aquel mito delirante”, una metáfora de este experimento convertido en uno de los grandes acontecimientos de la cultura cordobesa en 2011. Un sueño sin miedo, que asumió riesgos y que ha generado un movimiento creativo y transformador a su alrededor. Un lugar inspirador.

MÚSICA PARA LA DEMOCRACIA



Allí donde cantábamos libremente, nuestra vida fue dichosa. Tomo la frase de una letrilla basada en las “Danzas Polovtsianas” de Alexander Borodín para contar que en Córdoba coexisten casi un centenar de estudiantes de música que se sienten tan libres y dichosos como se canta arriba, al tener la oportunidad de tocar en toda una orquesta. Su nombre, La Joven Filarmonía Leo Brouwer. Su sueño, ayudar a músicos, compositores y a que los futuros concertistas puedan convertirse en tales curtiéndose sobre las tablas. Una ilusión tan romántica como la brillante obra de Borodín que interpretan el 6 de diciembre en el Gran Teatro para celebrar su propia y democrática constitución.

Hace casi dos décadas que el Maestro Brouwer dibujó un pentagrama sobre nuestra ciudad. El nombre de este mago con batuta sigue ligado a Córdoba, un lugar con tanto talento como su amada La Habana. Leo es el director artístico de esta Joven Filarmonía creada por dos músicos de la Orquesta de Córdoba: los percusionistas Ciro Perelló –también director- y Cristina Llorens. Y es que todo es un círculo: si la resaca de la Expo 92 no nos hubiera regalado una Orquesta de Córdoba no poseeríamos los hábitos musicales que se han construido durante todo este tiempo, llenando aulas en el Conservatorio y expandiendo la pasión por la música. Ahora, desde el voluntariado sinfónico y pedagógico que conforma esta joven orquesta va a palpitar el amor por la música de la savia nueva. Una pequeña isla que navega en nuestro cada vez más pequeño mar de cultura pero en donde deseamos avistar muchos archipiélagos.

Precisamente de una pequeña gran isla salió el Maestro Brouwer. Mañana le acompañara en el patio de butacas el Viceministro de cultura de Cuba. Ellos y la platea también escucharán, además de las notas de Borodin, las de un concierto de Barber. Todo un canto a la pasión por la música del futuro que nos hará más libres y dichosos en este 6 de diciembre lleno de incertidumbres.

ALEGRÍAS





























Por fin he sabido a qué sabe una estrella. A carpaccio agridulce de gambas de Huelva, con toques geniales de foie-gras. A ajo blanco al zumo de naranja. A salmorejo con flores aderezado con coca de membrillo y anchoa del cantábrico. A queso con fresas y pimienta de Sichuan. Jamás pensé que un Michelín daría tanta alegría. Por fin la lluvia de estrellas de esa guía tan ‘cool’ ha chispeado en Córdoba, nada más y nada menos que sobre la Fuensanta. Y ha golpeado con su varita internacional al restaurante de Kisko García, el cocinero más creativo, humilde, generoso y valiente de la ciudad, gracias a tener la confianza de la familia más humilde, generosa y valiente de la ciudad. La del restaurante Choco.
Supe de Kisko en el año 2005 gracias a una crítica gastronómica en un periódico nacional. Lo descubrieron fuera de la ciudad antes que dentro, la vida misma. “Un veinteañero da la nota en Córdoba”, titulaba el temido José Carlos Capel un artículo en el que hablaba de un bar inaparente en un barrio periférico de la ciudad en donde brillaban “los elegantes ribetes andaluces en su cocina, en la que asoman armonías inéditas, toques de fusión y fragancias de la tierra. “Sin dar crédito, corrí hasta la calle Compositor Serrano Lucena, a un barrio tan desconocido para mí como para la gran mayoría de sus clientes venideros, donde jamás imaginé que viviría tal experiencia estética. Kisko es un maestro en hacer que nada sea lo que parece.

Desde entonces admiro profundamente a este hombre bueno y luchador, quien después de conocer mundo se quedó en su tierra y en su barrio obrero porque supo que sin su familia nada de esto sería posible. Una bofetada inconsciente a la diáspora creativa cordobesa y al recalcitrante complejo andaluz.

Sé que conseguir esta estrella tan esperada no le cambiará. También que le habrá...

FICCIÓN































Desde luego que hay otros mundos. Y están en este. Además, muy cerca. No  hace falta escapar ni de la funámbula Europa ni de la abollada España ni de la hundida Córdoba para toparse con ellos. Esos otros universos están en una pantalla, sea grande o pequeña y en una página impresa. En una biblioteca o en una filmoteca. En la sagrada ficción sin la que muchos no podríamos sobrevivir. En días de precipicio como estos siempre habrá una película, una serie o un libro que nos acompañen y que nos alimenten como un suero vital. Una ficción invencible a los recortes.
En mi caso hay novelas y películas y series que me han construido como persona. Que han sido mi familia, mi universidad y mi calle. Que me han enseñado a enfrentarme, con más o menos éxito, al mundo. Vayan dos ejemplos: Mujeres ficticias como Madame Bovary y Anna Karenina mostraron escenarios futuros cuando era adolescente y acompañaron en algunas rupturas; hoy, con McNulty, Omar y el gran mosaico de vidas cruzadas que es The Wire, he visualizado nuestro pequeño gran papel dentro de la ciudad contemporánea. Vivir la vida de otros a través de grandes personajes de ficción regala empatía y civilización. Por eso en este domingo creo en la ficción más allá del arte y de la cultura, por encima de la política y de la religión.

Las ciudades felices, como las personas, no tienen historia. Quizás por eso a Córdoba le cueste tanto la prosperidad y quizás por eso haya dado tantos fabuladores sabios a lo largo y ancho de la historia. En la reciente, Córdoba fue una ciudad de cine durante el franquismo. En los años cuarenta y cincuenta se expandieron los Cineclubs en la ciudad, lugares donde se proyectaban películas hasta provenientes de la URSS, y en donde se empezaba hablando de cine y se acababa en conversaciones políticas subidas de tono aun a riesgo de actuaciones policiales. De nuevo, en tiempos de marcha atrás la Filmoteca de Andalucía en Córdoba recupera ese espíritu ofreciendo una sala oscura como refugio. Gracias a su Club de cine hoy votaré a Bergman y mañana escaparé de la triste realidad con sus “Fresas salvajes”.